El pasado 1 de octubre fui a mi primera “cita a ciegas”. Era la
primera vez que iba a un sitio sin saber el lugar ni las personas con las que
iba a estar, y tengo que deciros que estaba excitada, como una quinceañera que
queda con su primer novio y no sabe hasta dónde está dispuesta a llegar.
Mi primer gran dilema, ¿qué me pongo?:
Tengo que decir que lo bueno de esto es que cada uno fue como le apeteció (vestidos de lentejuelas, vaqueros “desgastados” pero de marca, gente “arreglá” pero informal….) y todos tan contentos, porque de eso se trataba, de ser uno mismo sin importarte los demás.- Unos vaqueros y pintas de macarra…no porque la ocasión merece algo más especial
- Pantalones de cuero…quita, quita, que para la primera cita puede ser muy provocativo
- Falda larga y un top “mono”…mira que esto se llama “La Carbonería” y vete tú a saber si al final mancho la falda
- Y así hasta quince modelitos más…al final elegí uno llamativo, me pinté, arreglé y dije…que sea lo que Dios quiera
Habíamos quedado a las 21 horas, en el Soul Kitchen, en las
escaleras nos esperaba una “azafata”, como las del “Un, dos, tres”, María
Blanco, que nos fue dando las acreditaciones y dos tarjetones (uno con la
minuta de los platos que íbamos a degustar y otra, más pequeña, con las bebidas
principales).
Subimos al salón donde nos fueron sirviendo unas copas de Cava
Brut Torelló Reserva, un buen comienzo para una buena cena. Una bebida con
cuerpo y con glamour, pero lo suficientemente delicada como para pedir una más.
En menos de cinco minutos ya estaba hablando con gente e intercambiando
nuestros puntos de vista y echándonos unas risas (“tú vienes de parte de la
novia o del novio…” y cosillas así).
Después de esa media hora para romper el hielo, Juanpa López nos
invitó a seguirle fuera del local. Hicimos una breve pausa en el Mercado Chico
para que nos explicarán las empresas que habían colaborado en la realización
del evento, un detalle muy bonito, ya que la mayoría de los eventos a los que
acudo nunca sabes quienes son los proveedores, y son los que marcan la
diferencia (bueno, además de los clientes, claro está).
Bajamos por la calle Vallespín, no había mucha gente por la calle
pero todos se nos quedaban mirando, “¿dónde irán estos por aquí? Si no hay nada”…pues
lo había, de repente, en un callejón a la derecha empezamos a escuchar música y
unos “raperos” con muy “malas pintas” nos empezaron a repartir unas cervezas “Mustache”.
Haciendo botellón en plena calle…que horror…jajaja, que divertido,
os lo aseguro.
No soy mucho de cervezas, lo reconozco, pero era lo que pegaba
beber en ese momento, con ese ambiente, y por cierto, os la recomiendo. Nos
explicaron su forma de elaboración, artesana, y los productos con los que
maridaba. Y como el ambiente era muy del Bronx, nos repartieron unas bolsas de
papel marrón con comida rápida (una hamburguesa de pan negro con salmón y un
perrito caliente). Bendita comida rápida, elaborada también de manera artesanal
por el chef Pedro González Matos, del 5 de Mosén Rubí, y cuidando hasta el más
mínimo detalle.
Fue uno de los momentos que más me gustó, porque tenías que poner
todos los sentidos en alerta para que no se te escapara nada. Ya que en este
tumulto de sensaciones, de gente y de cosas, el artista Jorge Arancibia estaba
pintando una hamburguesa en una de las puertas del callejón. Esa sensación
entre lo decadente y la innovación, entre lo “cutre” y lo moderno, entre la
vida y el arte... uff fue bestial.
Justo en ese momento pasó un señor mayor, con su garrote y su
boina. Se paró a preguntarnos ¿qué hacíamos allí?, ya que él pasaba todos los
días y ese callejón estaba vacío. Le explicamos que era un evento, y me llamó
la atención su curiosidad, y esa capacidad que tienen “los mayores” de no
sentirse desplazados y mimetizarse con el ambiente. Siguió su camino,
encantando que “su callejón” adquiriera un aire nuevo sin olvidarse del paso de
los años.
Una vez que todos terminamos nuestras cervezas y comida rápida continuamos
andando unos pasos, apostándonos al pie de unas escaleras medio en ruinas, que
en otro tiempo, no muy lejano, eran frecuentadas por los jóvenes de la ciudad
porque esa era la zona de “la movida”.
Unas velas estratégicamente colocadas, y parte de los
organizadores explicándonos alguna cosa más (que por cierto, no recuerdo)….cuando
de repente, a nuestra espalda comenzamos a escuchar el sonido de jazz…nos dinos
todos la vuelta, poco a poco se fue abriendo una puerta y todos los asistentes
nos quedamos con la boca abierta, un “club clandestino” con camareros vestidos
con pantalón negro, camisa blanca, guantes y tirantes…chapó, otro momento
cumbre.
Se me había olvidado que desde que entramos en Soul Kitchen y
hasta el final del mismo Leo López, Miguel
Asf e Imanol Nieto Slevin no pararon de hacernos fotos y vídeos,
captando nuestra cara de sorpresa, nuestras risas y admiración por ser “unos
privilegios” de participar en un evento así, en Ávila.
Las paredes del local estaban
repletas de obras, María Pernía fue la encargada de presentar y explicar a los
asistentes el trabajo de los artistas participantes (Álvaro de
Matías, Albano Hernández, Leo López y Dani Prusia, Blanca Lasheras, Inés
Maestre, Danny y Jorge Arancibia) cuyas obras podían ser adquiridas, con un
descuento especial.
A todo esto, no os he hablado de la comida. Probamos 19 platos en
miniatura creados por Pedro G. Matos (5 Restaurante) a cada cual más rico. Con una presentación y elaboraciones
impresionantes. Desde un plato típico de judías del barco hasta una bola de
suplí de limón (algo muy chic y moderno)…cada uno de ellos una experiencia
única, “peccatti di cardinale”…
Sé que me voy de una cosa a otra, pero es que se me agolpan las
emociones, y mi cabeza va más deprisa que mis manos tecleando. Los camareros,
se me olvidó mencionarlo, nos sirvieron dos tipos de vino, Telúrico y Syrah,
los dos de la Finca Fuente Galana, cuya responsable, Cristina, nos explicó la
elaboración de sus caldos.
Dos vinos tintos, pero con notas y características muy
diferenciadas…me decanto por el Syrah, pero porque me trae evocaciones de
tiempos pasados y de haber compartido ese vino con alguien especial…es lo que
tiene la memoria gustativa y olfativa que en el momento menos esperado te transporta
al pasado.
Y como colofón a una gran noche, un gran postre, que había sido
plasmado en un cuadro. Una mezcla de texturas, colores y sabores realizado mano
a mano entre Arancibia y Pedro G. Matos: carbón de chocolate, para los que
fuimos malos toda la noche, jajaja, y sinestesia
dulce para los que habían sido buenos, o menos malos…
Finalmente, algunos se fueron a tomar una copa….pero a partir de
aquí no podemos contar nada, ya que pasamos a la verdadera “cita a ciegas”,
porque algunos lo dieron todo ;)...
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